c/ Mozart, 22 Barcelona

NO VOLVERÉ

Hace algún tiempo una amiga me recomendó este restaurante vasco del barrio de Gràcia. Después de encontrar críticas favorables en Internet decidí ir el pasado sábado a comer con tres amigos, tras hacer la reserva correspondiente.

En la puerta leímos la carta y nos pareció una carta tradicional pero que podía ser interesante. La ambientación es tradicional y sin pretensiones; el restaurante es pequeño con una capacidad para unas 30 personas. Cuando entramos no había ninguna mesa ocupada, había una especie de pequeña reunión familiar y después de un par de minutos sin que nadie se dirigiera a nosotros, preguntamos donde nos podíamos sentar. Nos contestó el que parecía el propietario, que excepto en un par de mesas el resto estaba libre.

Para poner a prueba nuestra memoria nos comenta el propietario que la carta del exterior es orientativa y nos empieza a recitar la carta, previo aviso de que estemos atentos y memoricemos. Entrantes fríos, entrantes calientes, carnes y pescados (de entrantes fríos debió recitar 10-12 y de calientes unos 10).

De los primeros he de decir que la ensalada de tomate, sardina ahumada y puntas de espárragos era correcta, el bacalao “al ajoarriero” estaba muy bien cocinado y los pimientos de piquillo rellenos de rabo de buey quizás fuera un plato que pecaba de excesivo para figurar entre los entrantes. De los segundos platos escogimos cogotes de merluza y chipirones en su tinta.

Cuando llega el turno de los segundos platos se nos dice, desde la barra, que habíamos pedido 3 cogotes de merluza y uno de chipirones. Nosotros contestamos que habíamos pedido 2 platos de cada uno. El propietario dice en ese momento a gritos: “el cogote que sobra a la basura”. El segundo plato que faltaba de chipirones salió de la cocina 10 segundos más tarde del incidente (mi opinión es que este señor no sabe contar y se equivocó a la hora de transmitir el pedido a la cocina).

Advertimos que en la mesa colindante un cliente estaba tomando un tronco de merluza al vapor con verduras. Nos extrañamos porque cuando escogimos los segundos platos insistimos en que queríamos una cocción del pescado lo más ligera posible. Se nos dice que el cliente “está mal del estómago”, rematando el presunto enfermo: “y además soy amigo” (el presunto enfermo tomó la siguiente comida para su delicado estómago: pastel de txangurro, merluza al vapor con verduras, cuajada .con miel, ¾ partes de una botella de vino blanco -de 0,75l- y una copa de pacharán).

Los cogotes de merluza estaban aceitosos y su cocción estaba pasada. El relleno de los chipirones en su tinta excesivamente soso, daba la impresión de que el relleno de los chipirones era un hervido de patitas de chipirones y arroz; la salsa -en la cual nadaban los chipirones- era correcta, pero al ser al ser tan insípido el chipirón el resultado era un plato irregular.

El vino un txacolí fermentado en barrica, Doniene, del 2003 que había vivido tiempos mejores.

El pan se acabó durante el segundo plato y ni siquiera se molestaron en traer más.

Durante el segundo plato nuestro único anhelo era salir de allí lo antes posible y nos hicimos el firme propósito de no tomar allí los postres. Después de acabar los segundos platos, pedimos la cuenta, ascendió a 40,00 euros por comensal, y salimos de aquel establecimiento con el firme propósito de no volver.

Lo peor del establecimiento: el trato recibido que rozó la falta de consideración hacia nosotros. Nuestra sensación era que en ese establecimiento los clientes no habituales no son bien recibidos aunque el restaurante esté prácticamente vacío. En ningún momento se nos acercó nadie para preguntarnos que tal nos parecía la comida y el dirigirse a nosotros desde la barra me parece una total falta de atención hacia el cliente. He ido a establecimientos familiares, de barrio, donde la mayor parte de los clientes son habituales y el trato ha sido impecable y correcto y se me ha tratado con la misma consideración que al resto de clientes.

Ana Arroyo

Membre de l´Acadèmia Catalana de Gastronomia